domingo, 1 de mayo de 2011

En Sevilla (Parte II)

Sabía que no defraudaría,  Sevilla tiene personalidad, tiene fuerza. Es una gran ciudad separada de Triana por el río Guadalquivir. Como dice la canción.
                                  
Llegamos a tierras sevillanas el sábado por la mañana. Nada más bajar del avión ya sabía que tenía que ser estupenda. ¿Por qué? Porque el aeropuerto estaba abarrotado de turistas. Italianos, alemanes, ingleses, chinos, japoneses… y también españoles. Como yo.
Nunca había estado en Sevilla, como ya comenté en el post anterior. Sentía curiosidad pero sabia que al cabo de los años acabaría visitándola. Lo que no me imaginaba es que fuese tan pronto. Sí, fue un viaje improvisado y fugaz. Por eso me gustó tanto, porque estuvimos el tiempo necesario y suficiente para que una ciudad te acoja, te atrape y te quedes con su recuerdo. Y yo, que soy muy de agobiarme y cansarme, creo que, en caso de haber estado más tiempo, lo habría hecho. Tres días. Tres bonitos días, llenos de color, de buen tiempo y de algún que otro “olé”.
Nos alojamos en el hotel Barceló Renacimiento. He de decir que estaba un poco lejos pero la improvisación es lo que tiene, que te quedas sin hoteles cercanos al centro.
Al ser Semana Santa aquello estaba sobreexplotado. Mucha gente. No esperaba ver tanta gente, la verdad. En Barcelona o en Madrid, sí. Pero no sabía que Sevilla también fuese tan turístico. Influye mucho que era Semana Santa, aunque todos se quedaron sin poder ver procesiones, porque el mal tiempo acompañó intensamente. En cambio, los tres días que estuvimos nosotros fue todo lo contrario. Pudimos ver una procesión, la última del Sábado y he de decir que allí se vive todo distinto. No sabría explicarlo, son religiosos pero tampoco devotos al extremo. No, sino que ellos tienen unas tradiciones y desde pequeños les han enseñado a comportarse así para con la Virgen. Además son personas muy muy muy educadas.

   

Pasamos el tiempo descubriendo Sevilla. Sus monumentos, la Catedral, el Alcázar La Torre del Oro, la Giralda, el Ayuntamiento, la plaza de España, sus preciosas calles, sus locales, sus tablaos, el río Guadalquivir, Triana… Es una ciudad muy completa, y todo el mundo lo sabe. Con razón sus colas kilométricas… Pero es que el casco antiguo está muy bien conservado, y cada uno de sus monumentos cuenta historias y, lo más impresionante es que puedes sentirlas.

    

Fuimos a buenísimos restaurantes. Buenísima comida. Me encanta probar la gastronomía de cada una de las ciudades que visito. Soy difícil comiendo, sobre todo en el extranjero, pero en España la comida es tan rica y cuidada que no hay problema. Pescaíto frito, jamón, papas arrugás, tortilliitas… Todo muy bueno. Me gusta ahincar en la comida porque comiendo se conquista a la gente. A todos nos encanta comer y probar nuevos platos. Y es que, además, a gastronomía es un símbolo de la cultura de una ciudad que la define, que importa igual que a lengua o su historia. La gastronomía también te ayuda a descubrir una ciudad. Y Sevilla tiene muy buen comer.
No nos fuimos de Sevilla sin conocer un tablao, pero un tablao de verdad. Nos fuimos a casa Anselma, muy conocido y espontaneo. Allí Anselma dirige a un grupo de cuatro artistas que se lanzan a cantar todo un seguido de canciones tradicionales sevillanas, las de siempre. Cuando ya han animado suficiente la fiesta, espontáneos sevillanos se atreven a bailar sevillanas. Para después aparecer Anselma y, con una voz más bien mediocre, encantarnos a todos, solamente por el espectáculo. En un local minúsculo y sin ventilación, prácticamente, pasarte cinco horas tranquilamente, sin notar el paso del tiempo. Entre saetas, coplas y demás. Para acabar con el Salve a la Virgen.

                            

Así, poco a poco, el viaje llegó a su fin. Como moraleja me llevo la reflexión en la cantidad de ciudades españolas en las que no he estado y que deben de ser preciosas. Cuando viajamos siempre pensamos en destinos internacionales, claro, porque nos atraen mucho más. Pero España también tiene mucha historia y muchas cosas que contarnos. Es para pensarlo.
De Sevilla quiero destacar la calidez de la gente y el buen trato que tienen. Son simpáticos, educados y señoritos, por naturaleza. Los han enseñado a ser así y así se comportan. Sus calles me apasionaron, pisar cada una de las estrechas baldosas por las que pasan millones de personas, y todavía conservarse de forma tan espléndida. Es una ciudad para ver al menos una vez en tu vida pero para visitar muchas más veces. Dicen que Sevilla o te gusta mucho o no te gusta nada. Yo establezco un punto intermedio. Me gustó, sí. Pero no podría quedarme allí mucho más tiempo. Necesito el bullicio de Barcelona, el non-stop, los cientos de culturas que convivimos y las mil personalidades de los que aquí vivimos.
La gracia que tiene viajar es que es la forma de descubrir cuál es tu lugar y dónde te sientes cómoda, te sientes tú.